Resulta extraño leer Roseanna, no porque el libro tenga un argumento incomprensible o porque la escritura carezca de calidad, la peculiaridad viene porque en esta novela no hay ningún elemento cotidiano en las investigaciones policiales de la actualidad. No hay búsquedas de huellas dactilares en las bases de datos, no hay intercambio de información con otras agencias en cuestión de minutos, no hay evidencias de adn. Y la razón de todo ello es que esta novela fue escrita a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando la labor investigadora aún tenía ese toque manual que permitía sacar lo mejor -y lo peor- de los investigadores, que con pocos medios tenían en enfrentarse a casos que en ocasiones parecían perdidos. La búsqueda del asesino en ocasiones era un drama que se prolongaba durante meses.
En una apacible tarde de julio, unos hombres que realizaban labores de dragado en el lado Vattern, descubren el cuerpo desnudo de una mujer, sin marcas visibles de violencia. El inspector de policía Martin Beck junto a su equipo, es llamado para que investigue el caso, pero después de una semana sin que descubran nada, deben volver a su comisaria. Pero nadie es capaz de abandonar el caso, y día tras día intentan averiguar algo. Cuando descubren el nombre de la joven asesinada, Roseanna, una turista estadounidense, las pistas para encontrar al asesino comienzan por primera vez a dar algún resultado.
Roseanna es un libro especial. Comienza con la descripción de todos los problemas burocráticos que hay que solventar para realizar un simple trabajo veraniego -dragar un lago- que te provocan un levantamiento de cejas, porque el tiempo ha pasado pero la burocracia permanece. Sigue con el descubrimiento de un cuerpo desnudo, que es depositado en medio del muelle ante la vista de multitud de curiosos sin que nadie se preocupe de cubrir la desnudez de la fallecida. La joven es tratada con absoluta falta de empatía por parte de los que la rodean, como si fuera un objeto curioso sacado del lago. Hasta que llega la policía y pone un poco de orden. Desde ese momento la joven gana en dignidad, aunque no mucha porque es difícil comprender a una persona, entender cómo fue su vida si no conoces ni su nombre. La labor de Martin Beck y de su equipo, formado por Kollberg y Melander, y que conocimos en El policía que ríe, será averiguar qué ha pasado a esta joven muriera asesinada.
Ha diferencia de otros libros que se consideran policíacos, Roseanna es una novela policíaca desde la primera letras hasta la última. No hay tramas secundarias que entorpezcan el camino del argumento principal, ni elementos redundantes que no llevan a ninguna parte. Ni siquiera la vida privada de Martin Beck, que sale a relucir de vez en cuando, supone un freno para el desarrollo de la investigación, sino que la complementa al mostrar la tozudez del protagonista en averiguar la verdad. Una verdad que tarda mucho el descubrirse, y que se refleja en el paso de los días, las semanas y los meses. No estamos ante un caso de serie televisiva, en el la policía atrapa al asesino en unos días. Aquí va todo muy lento porque lento era el mundo de entonces. Para averiguar quién podía ser la mujer asesinada, hay que buscar en las personas desaparecidas, y eso lleva tiempo, porque todo se hacía a mano, con papel y máquina de escribir. Las preguntas se hacían en formularios, se enviaban, y luego se esperaba. La respuesta podía tardar unos días o unas semanas. Si se hacían peticiones a otros países, las respuestas, además de insuficientes, no aclaraban nada. Enviar una serie de fotos se tenía que hacer por valija diplomática por avión. La labor de la policía era minuciosa, y a menudo tediosa porque todo dependía de una larga espera. Y cuando nada parece moverse, no hay pistas, nada que indique quien es el asesino, al investigador no le queda nada más que repasar el expediente y rezar para que surja algo que dé un impulso a la investigación. Pero qué puede ocurrir si sabes quién es el asesino pero no tienes pruebas (recordar que aquí no hay adn, ni otros avances en la medicina forense), pues entonces tendrás que ser imaginativo y tenderle una trampa. Y eso es lo que ocurre en Roseanna, que con menos de trescientas páginas da una lección de cómo se puede atrapar a un asesino cuando parece que todo está en contra.
Si la investigación es irreprochable -me encantan los interrogatorios, son directos, muy frescos y hasta divertidos-, la caracterización de los personajes también es excelente, tanto la de los principales como la de los secundarios. En cuanto a la manera narrativa, es directa y no se entretiene en elementos que no aportan nada, así que no hay grandes descripciones que solo sirven para rellenar páginas. Eso hace que la lectura sea muy fluida, y que la historia te enganche desde el principio.
Con novelas como esta se entiende porque Maj Sjöwall y Per Wahlöö son considerados maestros del género policial.