La forma del agua es la película con más aspiraciones a los próximos premios Óscar. Dirigida por el director mexicano Guillermo del Toro (Pacific Rim) nos cuenta la historia de amor de un acuático ser y una limpiadora humana muda.
Se han dicho tantas cosas de esta película que inicialmente llegas al cine cargada de muchas expectativas. Todos los comentarios -tanto de críticos como de espectadores- mayoritariamente la definen como una gran obra fantástica. Algunos la consideran una obra maestra. Es imposible por ello no esperar eso, una obra maestra de la imaginación, la fantasía, la realidad transformada de la vida cotidiana… Te esperas algo que te apabulle y que te deje con el corazón palpitante y con una gran sonrisa en la cara. He dicho muchas veces que cada espectador es un mundo, que a la hora de realizar una crítica cinematográfica o incluso una breve reseña literaria siempre tropezamos con la misma piedra, que es que «lo que me gusta a mi, no te tiene que gustar a ti». Ejemplos de ello se pueden observar leyendo críticas y sus consecuentes comentarios. O aquí.
La forma del agua no me gustó. Siento ser una de las pocas espectadoras que no se siento apabullada por semejante despliegue de lo que considero una propuesta falta de imaginación y con personajes dibujados con contornos muy gruesos. Me podréis apedrear si queréis pero ya nada más empezar la primera escena, con nuestra muda protagonista siguiendo su rutina matutina ya supe que algo había en la película que me haría rechinar los dientes. ¿Necesariamente tienes que mostrar en qué gasta el tiempo Elisa (Sally Hawkins) mientras se cuecen los huevos del desayuno? ¿Necesariamente tienes que desnudar a alguien para crear una definición de un personaje? ¿Para mostrar que está sola? ¿Que se siente atrapada por la rutina y la mediocridad de la vida? Desde hace tiempo -quizá como efluvio de la sexualidad que desprende la actual televisión- parece que resulta imprescindible desnudar al personaje físicamente para darle sentido a su existencia, para remarcar sus corporeidad olvidando por ello la historia en la que se inscribe. Y no siempre funciona.
Elisa es una mujer muda después de que sus cuerdas vocales fueran cortadas cuando era un bebé, un hecho que se refleja en las cicatrices que tiene en su cuello. No tiene familia a su alrededor, y solo otorga su confianza a Giles ( Richard Jenkins) un viejo dibujante de publicidad en horas bajas, y Zelda (Octavia Spencer) una compañera de trabajo que habla por las dos. Su trabajo es bastante vulgar, limpiar unas instalaciones de investigación gestionadas por el gobierno, llamadas Occam Aerospace Research. Muchos han comentado lo extraño que resulta ver como las limpiadoras van de un lado al otro de complejo -abriendo en algunos casos lugares que necesitan códigos especiales- como si fuera un lugar mucho más cotidiano, como un gran almacén. La verdad es que alguien tiene que limpiar esas instalaciones, por muy secretas que sean. La incongruencia viene en la manera en que Guillermo del Toro refleja ese proceso. Se observa bien lo raro que resulta todo en la escena en que que nuestra protagonista y su amiga están limpiando una especie de artefacto que está colgando en el techo. Puede ser una bomba, o otro aparato peligroso pero ellas no parecen darse cuenta de ello y limpian y mueven el plumero de un modo rutinario y casi aburrido. Otro momento sería que estén presenten cuando aparece el contenedor con el nuevo inquilino del lugar. ¿No se supone que tiene que ser algo secreto?
Más allá de esta incongruencia -o puede que no y que las limpiadoras tengan esas prerrogativas en los complejos súper secretos- está la historia de amor. Algunos han criticado que es muy rápida, pues en con dos encuentros y con algunos huevos cocidos ya están locamente enamorados. En este punto se puede dar un toque de confianza al director porque no hay un elemento lineal temporal que nos marqué cómo pasa en tiempo. Podrían ser días, semanas, o meses, aunque se intuye que todo pasa con excesiva rapidez. Que Elisa se enamore del Ser (Doug Jones) es extraño pero hay cierto sentido en ello. Ella es una mujer que siempre ha sido ignorada, maltratada desde su infancia, su única pasión es cuando cuece huevos, y en su soledad se acerca a un ser que se encuentra tan solo e indefenso como ella. Elisa no puede expresarse como desea, y su lenguaje de signos solo puede ser entendido por unas pocas personas. Y lo mismo ocurre para el Ser, su lenguaje -pues es un ser inteligente- es tan diferente que impide conocer sus deseos. Su físico -reptiliano y pez a la vez que nos recuerda a las criaturas de los pantanos de las películas B de los años cincuenta- lo alejan de los seres humanos que lo ven como un monstruoso al que golpear, utilizar y aniquilar cuando sea necesario. Nuestra protagonista se identifica con la criatura porque ella sufre también. Lo más lógico hubiera sido que la relación entre ambos se quedara relegada a la de un ser humano que ayuda a un ser especial -papel que cubre el científico Dr. Hoffstetler (Michael Stuhlbarg) que estudia a la criatura- pero Guillermo del Toro va más allá y mete el amor. ¿Un acierto o un error? Aquí dependerá del espectador. Personalmente me parece que la historia de amor está cogida por los pelos y que el director -y también guionista- ha dejado que su imaginación corriera desbocada en un intento de crear una fantasía que desafíe toda la lógica. Y yo adoro la lógica incluso cuando se retuerce para crear elementos fantásticos así que esto no funciona para mí. Sobre todo porque si bien creo que Elisa puede llegar a enamorarse del Ser, me resulta más complicado cuando se trata de averiguar qué piensa él, porque su carácter marcadamente animal o impulsivo lo impide.
Muchos críticos han dicho que es la relación entre la Bella y la Bestia, pero eso es simplificar en exceso porque no siempre se da esta relación en parejas en las que uno sea un monstruo -o muy feo- y el otro sea guapo -o pasable-. En la relación que podemos llamar «Bella y Bestia» lo importante es lo que existe entre él y ella, o entre ella y él, va cambiando poco a poco a medida que cada uno va descubriendo con cierta sorpresa y anhelo al otro. Hay esperanza, inquietud y mariposas en el estómago. La relación entre Elisa y el Ser no es así. Es te veo -y a pesar de que eres un bicho con piel de cocodrilo, con alelas, y haces unos ruidos raros con unos dientes que dan que pensar- y te quiero. Excesivo.
Pero nuestra protagonista no está sola, a su lado está Giles un viejo dibujante en horas bajas que adora los pasteles verdes y aún más a quién los vende. Y Zelda, una compañera de trabajo que podemos considerar la única amiga de nuestra protagonista. Ella intenta ayudar a Elisa en todo lo que puede y su papel a veces es más de madre que de amiga. El enemigo es Strickland (Michael Shannon) un duro agente del gobierno que no duda en ser cruel con todos los que están a su alrededor, y que sin saber muy bien le echa un ojo a Elisa. Es maleducado, abiertamente racista y muy machista tanto en su trabajo como en su hogar. De él surge gran parte de la violencia de la película.
En cuanto a la ambientación, parece que discurre en plena época de la guerra fría, en la batalla por conquistar el espacio. Toques de los años cincuenta y alguno de los sesenta por doquier, que están salpicados por un ambiente fantástico peculiar. Se aprecia en el propio apartamento de Elisa, en su decoración, sucia, oscura y casi decadente.
Las interpretaciones son muy buenas y de ahí que algunos estén nominados para los Óscar. Quizá esto sea lo mejor de la película, ver cómo los actores se creen la historia y la hacen casi creíble. Por desgracia -al menos para mí- esto no es suficiente para llenar una historia que cae por su propio peso y que está demasiado aguada por la fantasía que se ha querido imponer.
No quiero dejar esta crítica sin mencionar lo que más me ha gustado y lo que menos me ha gustado. Me ha gustado mucho la escenografía acuática, o cómo Elisa convierte su casa en una piscina. Pero me ha parecido un horror la escena de la confesión del amor, cuando ella recupera su voz. Fue un momento de «te estás burlando de mí». Y tampoco me gustó la violencia gratuita.
¿La recomendaría? Una pregunta muy difícil. Sin pensarlo mucho diría que no. Pero si medito un poco debo de confesar que la historia tiene encanto y a pesar de no ser muy profunda, está bien dirigida, interpretada y cuenta con una gran escenografía. Aunque no sé si esto es suficiente para pagar una entrada.
Pues fui hoy. Y coincido plenamente contigo. Una decepción total. Y creo que fue la nota dominante de todos los que salíamos del cine. Visualmente bonita, sí, pero nada más.
Besotes!!!
Pues pienso ir a verla mañana. Pero ahora voy a ir con mis expectativas por los suelos. Quizás hasta me venga bien…
Besotes!!!