Siempre nos hemos sentido fascinados por los monstruos. Unos provocan pavor, un miedo que te atenaza las entrañas porque juegan con un alma y tu cordura más que con tu cuerpo. Son los fantasmas, los devora almas, el Diablo, los ángeles caídos… Otros son más carnívoros, en el sentido de que nos ven como aperitivos a los que hincar del diente. Podríamos decir que King Kong fue en primer gran «comedor» pero no sería cierto, el pobre fue más bien una víctima de la maldad del hombre. Para buscar referencias puede que nos tengamos que ir hasta el nacimiento de Godzilla o hasta todas estas películas de serie B estadounidenses donde los animales adquirian unas proporciones enormes y muy mala leche por culpa de la radiacción. Ahora ya no se lleva los elementos radioactivos – aunque las Tortugas Ninja puedan aún disfrutar de sus beneficios- sino la ingeniería genética. Y aquí entra Michael Crichton con su novela Jurassic Park que llevó la idea de montrada en Víctimas de Dean Koontz, a un nuevo horizonte. Eligió replicar a los dinosaurios con fines recreativos. Y así acabó la cosa. Muy mal.
La historia de Crichton pronto tuvo su adaptación cinematográfica de la mano de Steven Spielberg. El éxito fue arrollador lo que llevó a una segunda y tercera entrega. Con desigual fortuna. Pero ya se sabe que los monstruos pueden descansar pero nunca se rinden de modo que el proyecto volvió a resurgir en el 2015 con nuevos actores y formato pero con la misma idea principal. Esta primera entrega no terminó muy mal para los protagonistas aunque por poco pierden la vida así que era un poco lógico que intentaran convertirse en tentempiés una segunda vez.
Jurassic Word. El reino perdido parte de la premisa de que los animales que habitan Isla Nublar están en peligro porque el volcán ha cobrado vida. Según los expertos la erupción será inmensa, lo que provocará la destrucción de toda la vida en la isla, supone la desaparición de los dinosaurios. Se establece el dilema de salvar a estos animales o no -no es un dilema en que se recreen mucho- con campañas a favor y en contra. La investigadora Clarie Dearing (Bryce Dallas Howard, Criadas y señoras) está empeñada en salvar a estos animales, y lo puede conseguir gracias a la ayuda de un millonario que puede poner los fondos suficientes para la operación de salvamento. Pero necesitan la ayuda de Owen (Chris Pratt, Guardianes de la Galaxia, Vengadores), el único capaz de poner conseguir a Blue, la única dinosaruria de su especie. Pero, evidentemente, nada sale con se esperaba.
Jurassic Word es un puro espectáculo visual. Los sorprendentes efectos especiales hacen posible que los dinosaurios se muevan y reaccionen como si fueran reales. No parecen muñecos articulados y eso hacen que den un poco más de miedo. Más allá de las cuestiones morales que implica recrear artificialmente una especie – además una que se ha extinguido hace millones de años, que es peligrosa y que cuenta con unos dientes enormes que puede usar para masticar mejor – estamos ante una pura aventura, donde el guión se sostiene en continuas escenas de acción que se ven interrumpidas por pausas tranquilas que sirven para situar al espectador en el desarrollo de la trama. Además a los actores se les paga por algo más que correr y chillar.
Siendo coherentes, y hasta racionales, todo lo que implica Jurassic Word es un poco absurdo. ¿Para qué quieres replicar un T-Rex? No creo que sean unas mascotas muy dadas a los abrazos, no con esos ridículos minibrazos. Y con armas de guerra son incontrolables. O sea, volver a tener dinosaurios es una locura mayúscula, que los guionistas de Jurassic World no intentan solventar, ni argumentar pese a que parece que en ciertos momentos lo intentan. Solo el personaje de Jeff Goldblum -de lo mejor de la película- intenta poner un poco de raciocinio a esta locura. Una locura que no tiene que ser racional porque todo lo que rodea al Jurassic Park y a su continuación Jurassic World se asienta sobre el género de monstruoso devora hombres. No tiene que haber nada más. Solo protagonistas que se ponen en apuros, que corren por su vida y que con suerte encuentran el amor. Por medio unos malvados que desean aprovecharse de estos momentos para hacer fortuna -y que terminan generalmente como abono de jardín-; algún personaje gracioso que tiene el papel de miedica y que choca con el que se considera el valiente del grupo. Si hay algún niño por medio, ya se ha establecido el guión perfecto. En este sentido Jurassic Word. El reino perdido no es diferente de Rampage, o Pacific Rim.
Pero no se puede simplificar así esta película, no sería justo porque puede que su guión se asiente en criterios que hemos visto cientos de veces -y que veremos unos cientos más- pero no el modo en que ésta se narra. Aquí viene la maestría del director Juan Antonio Bayona que con su buen hacer lograr crear un producto de aventura casi redondo. Su manera de escenificar las escenas nos recuerdan a los mejores momentos de Spielberg, porque sabe muy bien donde colocar la cámara. Planos largos, cortos, momentos de pausa con otros energéticos. Incluso ha sabido manejar las flaquezas del guión en cuanto a la caracterización de los personajes, no permitiendo que Owen se pasara de gracioso o Claire de lista. El resultado es una aventura en la que te enganchas desde el principio y eso sabiendo que lo que estás bien no tiene mucho sentido pero te da igual.
Sin duda una película recomendable para disfrutar en la pantalla grande. Por último comentar que ya se sabe que habrá una tercera entrega, que no llegará hasta el 2021. Tocará esperar a ver qué ocurre con los dinosaurios y su dieta de humanos crudos.