Después de unas cuantas semanas sin poder actualizar el blog -esta época del año siempre es caótica para mí- toca volver a retomar la rutina de siempre: disfrutar de las lecturas, escribir lo que pienso de ellas, ver algo de televisión, disfrutar del sol…
Una de las novelas que me mantuvieron entretenida estas semanas, en el poco tiempo libre del que disponía, fue Almas muertas de Ian Rankin. Es la entrega número diez del Inspector Rebus, un policía escocés que vive en Edimburgo y que es una fuerza de la naturaleza en si mismo. Quien haya leído algún libro de esta serie lo entenderá.
Al igual que ocurre con otras series que descubrí con cierto retraso – el primer libro de Rebus es de 1987 y fue publicado en castellano en el 2013 por RBA- no sigo la serie con orden, sino según las novelas llevan a mis manos, así que a veces es un poco confuso saber lo que ha pasado en la vida de Rebus. La última vez que disfruté de sus andanzas estaba para jubilarse, y personalmente parecía que todo se había estabilizado un poco. Y en Almas muertas vuelve a ser un hombre maduro, con una relación amorosa particular, y con una hija que aún sufre las consecuencias de un terrible accidente. Lo que sigue siendo igual es su mal humor, y esta tendencia a desviarse hacia el camino del alcoholismo. Es en cierto sentido lo que hace de Rebus y todo su mundo tenga un aire de novela clásica policial, al estilo de los años dorados del género, en donde los policías inteligentes luchaban contra el crimen a base de relaciones amorosas complicadas y una buena dosis de whisky escondido en una petaca de metal. A Rebus no le hace falta esconder que le gusta beber la bebida espirituosa de su tierra, que para eso está su bar preferido, pero es conscience de que su adicción está a punto de ser un problema si sigue ignorándolo.
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